Cada movimiento político, estético, artístico o de cualquier tipo, lleva un sello que lo identifica. Me considero anarquista y humanista y libertario, y para ello no había símbolo que lo representara. Es por ello que repensando el símbolo del anarquismo (lo más cercano a mis convicciones), fuí transformando la "A" en una "H". ¿Por qué? Si le prestamos atención al símbolo, vemos que la "A" tiene el extremo superior "cerrado" y sólo abierto el extremo inferior; esto me generó dos ideas distintas pero complementarias, en primer lugar, me da la noción de "pirámide", es decir, que el punto de encuentro superior "lidera" el abierto extremo inferior, se ve pronto una especie de "jerarquía" que a simple vista salta del símbolo; y en segundo lugar, si un extremo está cerrado significa que no "escucha" las voces que llegan de "todas" las direcciones, pues el extremo superior está "sordo". Por ello, lo único que atiné a hacer fue abrir el extremo superior, para que se escuchen todas las voces y para romper con el sistema jerarquizado que se notaba a simple vista. Finalmente, la "H" que quedó, coincide con las siglas del movimiento que propongo: "Humanismo Cooperativista Libertario (Hu.Co.L.)". Entiendo que el símbolo es lo de menos, pero me resulta feliz poder transmitir el proceso interno que me llevó a transformar la vieja "A" anarquista a la nueva "H" hucolista; fue simplemente un juego visual, pero que tiene sus raíces ideológicas.

domingo, 20 de febrero de 2011

¿Democracia?

            Algo de esto ya se dejó entrever en el apartado anterior. La mayoría de gente que habita el planeta es consciente de que no estamos bien, en realidad estamos muy mal. Por acción u omisión, la culpa es sólo nuestra, de nadie más. Todos somos culpables del estado en el que nos encontramos: millones de años de evolución y aún seguimos en guerra por un pedazo de tierra o por intolerancia religiosa, o por beligerancia política, o por opresión social. Tene-mos que hacernos cargo, debemos hacernos cargo. Tenemos que “revolucionar” el estado de situación para que ésta sea más equitativa, más tolerante, menos beligerante, menos opresora. Y cuando hablo de “revolucionar” no me refiero a la lucha armada por las calles entre dos bandos de unos pocos para el mal de muchos inocentes, nada más alejado que esto. Las luchas sociales, a lo largo de nuestra historia, sólo nos han deparado sufrimiento y pobreza, sangre y dolor, hambre y desesperación, no sólo de los que luchaban persiguiendo un ideal, sino además, de la mayoría de inocentes que no compartían tanta violencia inútil. Las revoluciones armadas nos han demostrado que al poder nunca se lo derroca, sólo cambia de mano: si antes teníamos una tiranía de derecha, luego de la revolución, se convertía en otra tiranía, pero esta vez de izquierda; y en el medio, el hambre del pueblo.
            La revolución en la que creo y, por supuesto, propongo es una revolución interior en cada uno de nosotros; un cambio radical de pensamiento para beneficio de todos; un ajuste de tuercas flojas en nuestro cerebro; un cambio que tiene que ver primero con una búsqueda interior (lo mencionamos en el apartado anterior) hacia nuestro propio yo para conocer límites, defectos y virtudes, y en segundo lugar, una toma de conciencia efectiva sobre el estado de cosas para invertirlas radicalmente dejando al poder de lado, pues mientras haya un poder de turno jamás podremos revolucionar si no es con sangre.
            Debemos ser conscientes que tenemos que cambiar, en primer lugar, cada uno de nosotros, para que, por efecto multiplicador, cambie la manera de ver el mundo el resto de la humanidad. Creo firmemente que la única revolución posible, pacífica y efectiva es la revolución interna de cada ser humano.
Empezar a ver al mundo desde otro punto de vista del que nos proponen; caer en la cuenta de que no hay sólo tres o cuatro colores políticos, si no que tenemos infinitos cromas para elegir; darnos por enterados que no hay sólo una puerta; convencernos de que no hay un solo sendero, si no que son varios los caminos que podemos elegir; entender que “elegir” es palabra que nos puede salvar momentáneamente; estas son algunas de las opciones que tenemos para comenzar el cambio positivo hacia algo mejor de lo que estamos viviendo.
Por ejemplo, desde chicos nos han inculca-do que la democracia es el mejor estado político para que una nación cualquiera se sienta verda-deramente libre; a medida que íbamos creciendo nos bombardeaban hasta el hartazgo, desde todos los medios de difusión, con candidatos para un cargo determinado por el cual debíamos votar; por la instauración de la democracia, allí donde se gobernaba con otro régimen político, hemos debido soportar sangrientas batallas iniciadas y promulgadas por los paladines de la democracia occidental, cuando en realidad eran otros los fines que perseguían; se han creado instituciones y sistemas burocráticos y paquidér-micos en nombre de una democracia ficticia, ya que sólo se beneficiaban los que estaban en lo más alto de la pirámide, mientras que la mayoría de las bases sufrían el peso de todo el sistema; en fin, se habla mucho sobre la democracia, pero, a mi entender, muy poco se hace para satisfacerla. La democracia no escapa a las características de cualquier otro sistema político (oligarquía, monarquía, tiranía, comunismo, etc.), pues requiere de una cúpula de hombre que deciden por el resto, en el caso de la democracia nos hacen creer que los que deciden los elegimos nosotros, y nunca he visto mentira más vergonzosa. En honor a la verdad, se sigue eligiendo la democracia porque es el mal menor, pero hasta donde yo sé, nadie se ha puesto aún a trabajar en un sistema político que proponga metas, objetivos y formas radicalmente distintas a las que propone la democracia. ¿Será porque a los que llevan las riendas de este mundo no les conviene? ¿Será porque la mayoría está cómo-da? ¿Será porque se tiene terror al cambio? Lo cierto es que la democracia, tal como se maneja en estos días, sólo sirve para engañar al pueblo y someterlo al poder de turno (llámese gobernantes de turno, hombres como nosotros, teóricamente elegidos por nosotros para nuestro bienestar).
Es cierto, la democracia tiene muchas más virtudes que el resto de los otros regímenes de gobierno, pero a mi entender no ha evolucio-nado, es decir, la democracia fue un sistema político excelente en la cultura griega hace más de 2500 años, pero no podemos pretender trasplantarla a nuestros días tal como se llevaba a cabo en la Grecia Antigua. En función de eso, lo único que se les ha ocurrido a los genios políticos modernos es el sistema de votación a los candidatos que nos proponen obligatoriamente. ¿Y si no estoy de acuerdo con la plataforma política que propone cada candidato? ¿Y si tenemos la certeza que todos los candidatos que nos proponen sólo buscan el poder por el poder mismo? ¿Y si después de haber votado al mejor de los peores, éste nos somete a los antojos de una multitud de funcionarios públicos que no hemos votado pero que son, en definitiva, los que manejan nuestras vidas?
De la misma manera que llegado su momento se han abolido la oligarquía o la monar-quía por considerarlas como mínimo injustas, creo que ha llegado el momento de abolir a la democracia por las mismas razones. Los sistemas políticos deben evolucionar en paralelo con la evolución social y económica de un pueblo o de una cultura determinada. Son las clases sociales, de acuerdo a su contexto socio-económico, las que deberían proponer el más acertado sistema político para que el pueblo prospere y parte de su cultura no se disuelva en un laberinto de indecisio-nes y leyes inútiles.
En relación con lo dicho, tenemos innume-rables ejemplos (desde lo micro) de empresas que son, no sólo autosuficientes, si no que además, prosperan día a día, utilizando un sistema de organización que nada tiene que ver con la democracia. Funcionan cómo células cooperati-vistas, en donde todos los operarios ganan lo mismo y el reparto de tareas y funciones sólo es cubierto por los más aptos según el contexto socio-económico que los contiene. Ahora bien, si una empresa puede funcionar, evolucionar y prosperar, ¿por qué no podemos hablar en términos macro y llevarlos a nivel nacional? ¿Es tan descabellado pensar en la posibilidad de que un país, nación, pueblo, o como quiera llamarse, se defina como un conjunto de células cooperativistas autosuficientes que se interrelacio-nan entre sí para intercambios comerciales, culturales, sociales, etc.? ¿Es de otro planeta pensar en la posibilidad de que las tareas y funciones de cada célula se vayan rotando según los agentes externos que la afectan o benefician?
No obstante, y volviendo al tema central del apartado, debemos empezar a ver al mundo de otra manera (pues lo venimos mirando mal desde hace rato); debemos empezar a pensar en la posibilidad de un cambio radical y que dicho cambio provocará, en sus comienzos, una crisis que se debe superar para ver los fantásticos resultados finales; debemos empezar a cambiar nuestra anticuada manera de pensar la sociedad y la economía y creer que existen otras variables que podemos controlar sin la necesidad de que vengan como una imposición de un poder supe-rior; debemos estar completamente convencidos de cada individuo que cambia es un paso hacia adelante a nivel grupal; debemos convencernos de que no importa en dónde estemos dentro de la escala social o laboral, siempre podemos cambiar y realizar algo, por más pequeño que sea, en beneficio del grupo.
Cuando tengamos la plena conciencia de un verdadero cambio en nosotros, vamos a estar en condiciones de ver un cambio (quizás peque-ño, pero hacia adelante) en el grupo. Y como en todos los cambios grupales, se efectivizará un efecto multiplicador en los otros grupos que de-sembocará en un poderoso cambio social de todo un pueblo, nación, país, o como quiera lla-mársele.
Para terminar, no se propone una sangrienta revolución para que el poder pase de una mano a la otra, sino en una revolución interna que nos permita encontrarnos con nosotros mismos para poder ayudar a los demás y, a la vez, actuar como elemento multiplicador de cambio hasta formar una comunidad autosuficiente y cooperati-va, por pequeña que ésta sea.

jueves, 10 de febrero de 2011

"Conócete a tí mismo"

“Conócete a ti mismo”
            Esta es otra de las sentencias que debería observar un ser comunitario. Es imprescindible conocerse a sí mismo para empezar con las acciones comunicativas, sociales y de convivencia.
            Conocerse a sí mismo no tiene sólo el valor espiritual que le asignan un gran número de religiones y sectas religiosas, sino que habla también de conocer nuestros propios límites en razón de las utilidades que podemos ofrecer a la comunidad; y está justamente en el “ofrecer” el nudo que une esta sentencia con la anterior. Cuánto más nos conozcamos, mejor nos vamos a desenvolver social y laboralmente en la comunidad y esto redundaría en convertirnos en seres “solidarios y cooperativos”, es decir, estaríamos apoyando la idea de convertirnos en seres “comunitarios”.
            Conocerse a sí mimo implica un gran trabajo y esfuerzo que sólo puede realizarlo cada uno y de forma individual. Es una introspección hasta nuestra pura esencia para delimitar y hacerse cargo de los defectos y de las virtudes que nos definen. Nadie nos puede ayudar, sólo puede haber alguien que nos guíe o que nos muestre el camino, pero dicho sendero debemos recorrerlo solos, y la puerta que se halla al final, sólo nuestra mano puede abrirla.
            Según mi propia experiencia, puedo afirmar que el sacrificio en pos de los demás es uno de los caminos posibles hacia ese interior que nos espera. La tarea comunitaria, el sacrificio desinteresado, las acciones no egoístas, el dar sin esperar retribución, etc., son sólo otros de los caminos posibles, nuestro deber es encontrar el nuestro y practicarlo honesta y desinteresadamente para unirnos a nuestro yo interior. Sólo él es capaz de decirnos cuáles son nuestros límites, nuestros errores, nuestras virtudes y nuestros defectos; sólo él, porque es el único capaz de hablarnos con total franqueza, sin tapujos y sin piedad; sólo nuestro yo interior es el capaz de transformarnos de seres civilizados en seres comunitarios, pues el camino que hemos recorrido ya nos define como personas, sólo falta unirnos con nosotros mismos para determinar (sin error posible porque es algo natural), nuestro verdadero estado de pureza comunitaria.
            No estoy proponiendo nada chamánico, orientalista, religioso, sectario, cofrádico, etc., sino algo tan natural como nacer, crecer, reproducirse y morir. Más aún, no estoy proponiendo nada nuevo, ya Aristóteles, padre de la filosofía, sentenciaba lo mismo hace más de 2500 años.
            Sólo conociéndonos a nosotros mismos seremos capaces de conocer, en toda su esencia, al otro. Sólo ayudándonos a nosotros mismos estaremos en condiciones de ayudar a los demás. El día que estemos repletos de paz interior, de justicia, de equidad, estaremos en condiciones de salir a desplegar nuestros atributos para beneficio del resto de la comunidad.