Cada movimiento político, estético, artístico o de cualquier tipo, lleva un sello que lo identifica. Me considero anarquista y humanista y libertario, y para ello no había símbolo que lo representara. Es por ello que repensando el símbolo del anarquismo (lo más cercano a mis convicciones), fuí transformando la "A" en una "H". ¿Por qué? Si le prestamos atención al símbolo, vemos que la "A" tiene el extremo superior "cerrado" y sólo abierto el extremo inferior; esto me generó dos ideas distintas pero complementarias, en primer lugar, me da la noción de "pirámide", es decir, que el punto de encuentro superior "lidera" el abierto extremo inferior, se ve pronto una especie de "jerarquía" que a simple vista salta del símbolo; y en segundo lugar, si un extremo está cerrado significa que no "escucha" las voces que llegan de "todas" las direcciones, pues el extremo superior está "sordo". Por ello, lo único que atiné a hacer fue abrir el extremo superior, para que se escuchen todas las voces y para romper con el sistema jerarquizado que se notaba a simple vista. Finalmente, la "H" que quedó, coincide con las siglas del movimiento que propongo: "Humanismo Cooperativista Libertario (Hu.Co.L.)". Entiendo que el símbolo es lo de menos, pero me resulta feliz poder transmitir el proceso interno que me llevó a transformar la vieja "A" anarquista a la nueva "H" hucolista; fue simplemente un juego visual, pero que tiene sus raíces ideológicas.

martes, 24 de mayo de 2011

Trabajo y labor
            “El trabajo dignifica”, hemos escuchado por ahí, en algún momento de nuestra historia; y nos hemos quedado con esa frase repitiéndose como un eco en nuestra cabeza hasta que se trans-formó en una verdad universal.
            “Si el trabajo fuera algo bueno, no tendrían que pagarte para hacerlo”, también hemos escu-chado por ahí a modo de burla o himno de los haraganes.
            Ni una frase ni la otra, esta vez quisiera ir un poco más allá y desmenuzar los conceptos de “trabajar” y “laborar” que muchas veces son to-mados como sinónimos, cuando en realidad tienen sustanciales diferencias y muchas de ellas apoyan la teoría que expongo.
            En primer lugar veamos qué dicen los diccionarios respecto a ambos términos. Por un lado, el concepto  “trabajar”, en su acepción más general, es “realizar un esfuerzo físico o intelectual en una determinada actividad”. Por otro lado, “laborar”, en su acepción más general, es “realizar esfuerzos para conseguir alguna cosa”. Como se puede ver, ambas acepciones parecen idénticas, casi podríamos tomarlas como sinónimos (de hecho muchos lo hacen). Sin embargo, como primera observación, ninguna de las dos habla de que dicho “esfuerzo” debe ser remunerado, es decir, que aquel que trabaja o labora no recibe nada a cambio de su esfuerzo. Una segunda observación nos lleva a asegurar que ambas acepciones no dejan ninguna duda que tanto el trabajo como la labor, implican un “esfuerzo”. Por último, y esta es la diferencia que quisiera destacar, la labor dirige el esfuerzo “para conseguir algo”, mientras que en el caso del trabajo, el esfuerzo está enmarcado “en una determinada actividad”, pero nada dice de los fines para los cuales una persona se esfuerza. A simple vista podemos atribuir dicha diferencia a un error tipográfico o un menosprecio histórico respecto de uno de los dos conceptos. Sin embar-go, yo creo que la diferencia existe y puede justi-ficarse.
            Mucho antes de la modernidad, el hombre laboraba en comunidades autónomas, bajo el dominio del rey de turno, sin la urgente necesidad de percibir retribuciones monetarias a cambio; todo era trueque o labores conjuntas “para con-seguir algo” necesario, tanto para el individuo como para la comunidad. Con la llegada de la primer moneda acuñada en sal (elemento más preciado que el oro en esa época), las comuni-dades se vieron obligadas a poner un precio a su mercadería para poder comercializarlas; y, por supuesto, comenzaron a aparecer las inequida-des: aquel que tenía más monedas era levemente superior o tenía cierto grado de poder respecto de su anterior semejante; y por el contrario, aquel que no disponía de monedas no podía pagar su almuerzo, ni mucho menos mantener a su familia. De a poco se fueron estableciendo las clases sociales propiciadas por la especulación, el intercambio deshonesto de mercadería y la imposición de precios a todo lo que estaba quieto o se movía (incluido el hombre mismo). Con el arribo de la moneda como elemento de inter-cambio económico, el ser comunitario fue disol-viéndose en capas o estratos sociales, según el poder económico de cada una. Por supuesto, esto resintió no sólo el aspecto económico, sino el social (como ya hemos visto) y el político. Pues sí, aquellos opulentos mercaderes que disponían de un poderoso poder económico (hubieron familias que disponían más dinero que el propio rey o monarca), influían en las decisiones políticas, económicas y sociales que tomaba el rey, a cambio de grandes empréstitos de dinero para que el monarca emprenda los planes progra-mados. Un claro ejemplo de lo que expongo fueron las cruzadas, la poderosa iglesia católica disponía de tanto dinero como varios reinos juntos, por ello tenían tanta influencia en las decisiones que se han tomado, por tanto podían “obligar” a los monarcas a emprender locuras como aquella que he mencionado, en nombre de su propio beneficio.
Con el correr del tiempo, la labor comunitaria para la obtención de algo útil, se fue transformando en un esfuerzo destinado a una determinada actividad. La Modernidad no hizo más que ponerle el moño al paquete, es decir, que se fue diluyendo poco a poco, el esfuerzo destinado a la obtención de algo, en un esfuerzo inútil que se esfumaba en la gran maquinaria burocrática, mercantilista y opresora. El hombre comenzó a “trabajar”, es decir, comenzó a ver que su propio esfuerzo poco tenía que ver con el rendimiento económico que veía al final de la jornada. Las brechas entre las clases sociales fueron aumentando día a día y los abusos laborales eran el pan cotidiano. Los ricos eran cada vez más ricos y los pobres eran cada vez más pobres. Por ello digo que la humanidad ha involucionado en términos económicos, sociales y culturales, pues cientos de años han pasado y hoy mismo podemos ver que nada ha cambiado. Un libre comercio bien entendido pero llevado a la práctica maliciosamente ha conducido a la gran masa de gente que antes laboraba y ahora trabajaba, a la más triste de las miserias, me refiero a aquella en donde se pierde hasta la dignidad.

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