No pretendo caer aquí en la banalidad de tomar al ser humano como eje y centro del universo. Ya pasamos por esa etapa y, salvo las obras de arte producidas, fue toda una calamidad política y económica. Sin embargo, quedaron entre nosotros algunas palabras vertidas por los lúcidos que siempre se encuentran en cada época o período, y que mencionan la posibilidad de un humanismo más allá de toda discusión ideológica. No quiero referirme aquí a la beligerancia de sus ideas ni al extremismo de sus expresiones, sino al germen, a la semilla oculta detrás de toda cuestión; por supuesto, me refiero al Ser Humano como “valor” central.
Debo aclarar que cuando hablo de “valor”, me refiero al ser humano como “validado”, admitido, centrado en el mundo como eje importante por donde deberían pasar todas las decisiones que se tomen respecto al mundo y sus consecuencias.
La validez, como tal, implica la aceptación de algo como primordialmente útil para una función determinada. Según una de las acepciones de la palabra “válido” refiere a la “…persona a quien un soberano o gobernante concede su confianza y favor y en virtud de lo cual ejerce una extraordinaria influencia en el ejercicio del poder.” He tomado esta acepción para explicar con claridad a qué me refiero cuando hablo de ser humano como “valor” central. Comparto en casi la totalidad de la cita, salvo cuando menciona la palabra soberano o gobernante, porque habla de una tercera persona en el ejercicio del acto mismo. La idea que propongo es que cada uno sea su propio soberano o gobernante para darse validez a sí mismo (y, por supuesto, a cada individuo del clan) y ejercer en nosotros mismos las influencias del poder. El poder en tanto como el “poder hacer”, el poder realizarnos y permitir realizarse al ser humano que tenemos a nuestro lado.
La idea de ser “soberano” de uno mismo implica gobernar nuestras ideas, nuestros pensamientos y nuestros actos, a fin de obtener un beneficio conjunto entre la persona de uno mismo y el resto de la comunidad. Al gobernarnos, ejercemos sobre nosotros y sobre los demás, y de forma natural, una serie de “leyes” que nos “obligan” moralmente a actuar en beneficio propio y del resto, sin detrimento de uno sobre el otro.
Pareciera incongruente el párrafo anterior, porque si hablamos de libertad, ¿cómo es que hay “leyes” que gobiernan nuestros actos? Pues bien, así es, y no es para nada descabellado que se verifiquen ambos conceptos en el momento exacto de elegir. Por ejemplo, nosotros no “gobernamos”, racionalmente hablando, nuestras necesidades fisiológicas, es nuestro propio cuerpo quien nos “gobierna” biológicamente y no tenemos elección posible por más libres que seamos, tenemos que solucionar el conflicto antes que el conflicto nos empape la investidura. De la misma manera, cuando nos “gobernamos moralmente”, seguimos, de manera natural y a la vez obligada, una serie de leyes que se admiten como soberanas de nuestro accionar. Pongamos como ejemplo la ley natural de “no matarás”; un individuo en su sano juicio y con los valores humanos profundamente arraigados, sería incapaz de hacer daño (y mucho menos matar) a cualquiera de sus semejantes. Se trata de una “ley moral” que debería ir más allá de cualquier ideología, bandera o frontera. ¿Por qué? Pues porque el “ser humano” prima como valor central y no hay razón en el mundo que permita la ejecución de un ser humano a favor de la justicia o cualquier otro valor secundario.
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