Cada movimiento político, estético, artístico o de cualquier tipo, lleva un sello que lo identifica. Me considero anarquista y humanista y libertario, y para ello no había símbolo que lo representara. Es por ello que repensando el símbolo del anarquismo (lo más cercano a mis convicciones), fuí transformando la "A" en una "H". ¿Por qué? Si le prestamos atención al símbolo, vemos que la "A" tiene el extremo superior "cerrado" y sólo abierto el extremo inferior; esto me generó dos ideas distintas pero complementarias, en primer lugar, me da la noción de "pirámide", es decir, que el punto de encuentro superior "lidera" el abierto extremo inferior, se ve pronto una especie de "jerarquía" que a simple vista salta del símbolo; y en segundo lugar, si un extremo está cerrado significa que no "escucha" las voces que llegan de "todas" las direcciones, pues el extremo superior está "sordo". Por ello, lo único que atiné a hacer fue abrir el extremo superior, para que se escuchen todas las voces y para romper con el sistema jerarquizado que se notaba a simple vista. Finalmente, la "H" que quedó, coincide con las siglas del movimiento que propongo: "Humanismo Cooperativista Libertario (Hu.Co.L.)". Entiendo que el símbolo es lo de menos, pero me resulta feliz poder transmitir el proceso interno que me llevó a transformar la vieja "A" anarquista a la nueva "H" hucolista; fue simplemente un juego visual, pero que tiene sus raíces ideológicas.

lunes, 31 de enero de 2011

Volver a la esencia

La historia de la humanidad es contundente: a ningún lugar nos ha llevado la cosificación del hombre. El hombre tomado como objeto (para votar, para la guerra, como experimento fármaco-lógico, como masa para estudios sociológicos y económicos, etc.) ha sido (y es aún) tan antinatu-ral como caer en la ficción de darle vida y pensa-miento a un objeto cualquiera. En esto nadie du-da un instante, sentimos el ridículo, el grotesco, el absurdo, cuando un objeto cobra vida y pacta-mos con el autor, de manera inconsciente, la ficción de la propuesta; el ejemplo más notorio de lo que estoy diciendo serían los dibujos animados. Pero, ¿actuamos de la misma manera cuando la ecuación se invierte? ¿pactamos con el autor de la cosificación del hombre? Quizás algunos, al leer estas líneas se sientan indignados, pues bien, son estos mismos los que permiten la cosificación del hombre; es más, la gran mayoría de la gente que habita nuestro planeta son partícipes de dicho pacto por omisión, es decir, por no hacer nada para impedirlo. Todos los días vemos como los hombres son tratados como “cosas” y nada hacemos para impedirlo; más aún, cotidianamen-te sentimos como nos cosifican y nada hacemos para impedirlo, ¿es que acaso hemos involuciona-do tanto que permitimos dicha barbarie? ¿o lo permitimos sólo para que nos dejen en paz, por comodidad, por esconder la cabeza bajo la tierra? ¿hasta cuándo? En algún momento debe-mos desenterrar la cabeza para respirar aire puro, pues bien, lo que propongo es que cuando sa-quemos la cabeza de la tierra nos detengamos un momento y miremos alrededor, vamos a encon-trarnos con un paisaje desolador y con un senti-miento de culpa arrollador porque hemos sido nosotros mismos quienes permitimos que este nefasto sistema se instale y fuimos nosotros mismos también quienes enterramos la cabeza en la are-na.
            Siguiendo con la metáfora, una cosa es un ñandú de cuerpo entero y sin dudas de su sentido de pertenencia a un grupo o a una especie, con todos sus errores de diseño y todas sus virtudes; y otra cosa distinta es el mismo animal con las patas abiertas y la cabeza escondida en la tierra. En el primer caso, sentimos la dignidad del animal, la rectitud de su especie; en el segundo caso, observamos la ridiculez del acto, el grotesco, la mediocridad patética. Pues bien, no nos veamos tan lejos de la actitud del ñandú: algunos humanos, pocos para mi gusto, observan erguidos el horizonte que los llama, en ellos se puede observar la rectitud de la especie, la dignidad humana, estos seres humanos fueron llamados a ser humanos para beneficio de los demás (pues rara vez obtienen beneficio propio), si no fuera por ellos la especie humana viviría aún en la Edad de Piedra, seres humanos solidarios, cooperativos y, sobre todo, desinteresados. Pero también, están los otros, los seres no-humanos que esconden la cabeza bajo tierra y se olvidan que el mundo sigue girando; buscan el beneficio personal en el sacrificio del otro; seres egoístas que no entienden o, peor aún, malinterpretan el concepto puro del cooperativismo transformándolo en una empresa lucrativa sólo para unos pocos; personas que han olvidado la necesidad moral de la dignidad y que dicha dignidad se canaliza a través del trabajo honesto y solidario.
            No me cabe la menor duda que debemos volver a las fuentes, es decir, sentirnos primarios nuevamente, dejar salir el instinto humano de la especie, de la preservación de la especie, y ya entonces no habría dudas sobre cuáles serían los derechos y deberes naturales que se deben observar para vivir en comunidad. Debemos dejar de ser “civiles” para empezar a ser “comunitarios”; la civilización sólo ha servido para conquistar, para oprimir, para subyugar el cuerpo y el espíritu de muchos en beneficio de unos pocos; la comunidad, en cambio, habla de grupo, de unidad, de ayuda mutua, de deberes morales naturales que no han sido impuestos por alguien o por algunos, son deberes y derechos que comulgan con la participación, la tolerancia, la cooperación, que invitan al hombre a la solidaridad, a la unión, al trabajo, es decir, el ser comunitario nos devolvería la dignidad, mientras que el ser civilizado (nos ha mostrado la historia de la humanidad) lo único que nos ha devuelto es sangre, egoísmo, intolerancia, discriminación y desunión. El ser civilizado debe respetar innumera-bles normas de convivencia que, muchas veces, o son ridículas, o apenas conoce; son tantas que se necesitan de personas capacitadas (abogados) para que nos lleven adelante juicios larguísimos que, pasado el tiempo llegamos a olvidarnos de qué se trataba el litigio. El ser civilizado se siente agobiado y oprimido por miles de leyes que le dicen cómo tiene que levantarse, lavarse los dientes, desayunar, cómo tratar a su esposa, cómo tratar a sus hijos, cómo trabajar y, finalmen-te cómo debe acostarse. Este tumulto de leyes no sólo son reiterativas y ambiguas si no que cada vez son más a medida que van surgiendo proble-mas menores pero que no están contemplados en ninguna ley; entonces la maquinaria burocrática debe comenzar a moverse siempre lentamente (poder legislativo) para legislar una ley que contemple ese caso en particular. Finalmente, rodas estas leyes redundan en la antiquísima sentencia: “trata a los demás como desees que te traten a ti mismo.”
            El ser comunitario se basa únicamente en la sentencia antes mencionada; no requiere de un basto conjunto de leyes que le digan cómo debe tratar a los demás, o cómo debe vivir su vida, y muchísimo menos debe apelar a un paquidérmico aparato burocrático (poder legislativo) que le dirá, en decenas de años, que estaba equivocado o que tenía razón. Ni que hablar de los descartables intermediarios (abogados) que se necesitan para observar que estas leyes se conozcan y se usen en defensa de una parte o de la otra. Por supuesto, tampoco haría falta otro aparato burocrático y represivo (la policía) que se ponga en funcionamiento cotidianamente para observar que las leyes se cumplan como es debido. Justamente en estas tres patas opresoras y represi-vas: el poder legislativo, los abogados y la policía, se desea enmarcar al ser comunitario transformán-dolo en un ser civilizado; llevándolo de las narices se les hace creer que “la civilización es la meta de todo ser humano y que, todo ser humano debe ser civilizado”.
            No voy a caer en la discusión de que el ser civilizado es también un ser culturizado, educado, responsable, eficiente, comunicativo y social. Pregunto: ¿acaso las comunidades que hemos conocido a lo largo de la historia no fueron también grupos de seres humanos culturizados, educados, responsables, eficientes, comunicativos y sociales? Lo que sucede es que como se apartan de la idea que occidente tiene de “civilización” se le llama salvaje o cualquier otro adjetivo peyorativo, pues no cumplen con nues-tros rituales civiles, sociales o religiosos.
            Nada mejor nos puede pasar que volver a la esencia comunitaria internacional para sentirnos verdaderamente dignos y ganarnos cada día el derecho de habitar este suelo. Sin rituales, sin leyes, sin aparatos represores y/u opresores, sin intermediarios, sólo nos basta con observar la sentencia que durante siglos han mantenido a comunidades enteras viviendo en armonía: “no le hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti.”

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